Ricachones poseedores de atracciones populares hoy se quiebran la cabeza para hacer que el pueblo vuelva a llenarles las tribunas, y luego, los bolsillos.
Este comité de notables (cuentas bancarias) se reúne y trama proyectos para que los fieles, si aún los tienen, atiborren el estadio.
«¿Por qué no vienen?» se preguntan sorprendidos. «¿¡Pues qué más quieren!?», le reprochan a la gente. No se han enterado que la grada, por encima de todo, es expresión.
Llena o desierta, la tribuna es verdad, es reflejo fiel. Además, los espectadores son esencialmente espontáneos. Si advierten como falso o vulgar lo presente en la cancha, toman las puertas y se van.
Tan palpable y contundente es la voz de un estadio, que apenas ayer domingo, el Azul nos dijo que el país ya cambió…
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