Imagino que en Estados Unidos, Rusia, Alemania, cualquiera tiene de vecino un medallista olímpico. “Sí, el señor de la esquina ganó Tiro con Arco en Montreal ’76”, o algo por el estilo debe escucharse en calles, qué sé yo, de Iowa, Novgorod o Bremen. Cientos de medallistas anónimos deambulando por ahí.
Aquí no. En México sabemos nombre y apellido de cada medalla, y con cada una, la memoria nos da un momento y un rostro.
El bronce de hoy en fútbol, tiene rostro de Ochoa.
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