Estábamos chicos. No teníamos idea de que el fútbol existía en Canadá.
Lo supimos hasta que fue rival de México en las eliminatorias para la Copa del Mundo de 1994. Y creímos que era potencia, o por lo menos un equipo de primer nivel, es decir, muy superior a nuestra Selección.
A esa conclusión llegamos por las tarjetas Upper Deck. Por absurdo que se lea, si nos remontamos a 1993, esas cartas fueron el material que teníamos al alcance para conocer a futbolistas de otros países, especialmente de Norteamérica. Entre esos jugadores que descubrimos puedo mencionar a Alex Bunbury, Carl Valentine y Paul Peschisolido.
Se repetían demasiado, salían en cada sobre comprado. Mis amigos y yo llegamos a tenerlos repetidos más de 15 veces, por lo que dedujimos que eran unos cracks, los tipos más temibles de la Selección canadiense, por no decir que de toda la Concacaf.
-Deben ser muy buenos.
-Claro, por algo salen mucho en los sobres.
Despertamos a la realidad cuando vimos por televisión el partido que México ganó 1-2 a Canadá en Toronto y selló su pase al Mundial de Estados Unidos. Al único que pudimos observar como un fuera de serie fue a Bunbury, autor del gol canadiense. Peschisolido, quien ingresó de cambio para el segundo tiempo, pasó desapercibido. ¡Y Valentine ya se había retirado!
Además de gritar el gol de El Abuelo Cruz y celebrar el triunfo de los nuestros, tiramos las tarjetas repetidas que exaltaban las figuras de esos tres canadienses a quienes creímos de la talla de Van Basten, Hagi y Baresi, leyendas que también formaban parte de esa colección.
Sin embargo, no pudimos librarnos de ellos; Bunbury, Valentine y Peschisolido salían en cada sobre. Fueron un auténtico dolor de cabeza, nos hicieron sufrir lejos de la cancha. ¡Malditas tarjetas repetidas!